A raíz de la muerte de Adolfo Suárez, han sido cientos de titulares en los medios de comunicación que han querido, de una u otra manera, calificar la extraordinaria labor que este político desarrolló, en los últimos años del franquismo y los albores de la democracia contemporánea española: héroe, lider, el político con mayúsculas, el hombre de Estado, el máximo benefactor de la llegada y asentamiento de la democracia en España...
Las redes sociales lógicamente no han sido ajenas a este hecho, y en los últimos días, acorde a la "muerte en diferido" que anunció su hijo (sí, no se me ocurre otra nombre que este, al anunciar una muerte en las "próximas 48 horas"), han sido miles los tuits que han hablado sobre el tema.
Y ha sido uno de ellos el que me ha llevado a escribir esta entrada en el blog. Es el siguiente:
Lamento la muerte de Suárez. Pero los padres de la democracia son quienes lucharon contra la dictadura, no las élites franquistas.
— Alberto Garzón (@agarzon) March 23, 2014
Y efectivamente, no puedo estar más de acuerdo con Alberto Garzón, que dicho sea de paso, me parece uno de los escasísimo, pero excelente ejemplo, de político de este país.
A Adolfo Suárez se le pueden reconocer no pocos méritos, pero creo que su dimensión política se ha sobrevalorado, más aún con el paso del tiempo, y exageradamente, como suele ocurrir, una vez fallecido.
Hace ya unos años, en mi primer año de profesor en un instituto de Córdoba, un compañero me pidió que escribiese algo sobre Adolfo Suárez para la revista escolar que trimestralmente publicábamos. Eso me obligó a acercame un poco más a su figura, y recordar algunos datos y hechos de, no olvidemos, su breve vida política como Presidente del Gobierno de España. Releyendo ahora ese artículo, me doy cuenta de esa exaltación, casi institiva de su obra política y social, que el paso de los años me han hecho replantear.
Creo que hay otros héroes de la (mal llamada y peor acabada) transición. Luchar contra el franquismo desde el propio franquismo tiene su mérito: supo enfrentarse a las élites militares que desde el minuto cero pidieron su cabeza, y es digno de mención su pretensión política de aunar fuerzas con el resto de partidos políticos. La legalización del PCE es uno de sus grandes apuestas de este espíritu de reconciliación y búsqueda de la normalidad política. Y precisamente este hecho nunca se lo perdonarían los que, no conformes con cuarenta años de clandestinidad, querían seguir manteniendo a la mayor y más activa fuerza política antifranquista en el oscurantismo.
Pero estos acertados actos políticos no deben llevarnos a una visión idealizada de su gestión política. Como dije, Adolfo Suárez tiene su origen en el propio régimen: Gobernador Civil de Segovia, Director General de RTVE, Vicesecretario General del Movimiento, y ministro en el primer gobierno de Arias Navarro. Casi nada.
Los héroes de la Transición son otros: son aquellas personas que, desde el anonimato, y tras cuarenta años de dictadura, represión, tragar saliva, y agachar cabezas, entendieron que no era el momento de pedir explicaciones ni reparaciones, y en nombre de la reconciliación nacional dejaron de un lado sus lícitas explicaciones históricas para intentar ahondar, ahora sí, en una cultura democrática inexistente durante cuatro décadas.
Y aún así, y durante la Transición aún, tuvieron que seguir aguantando la represión post-franquista: recuerdo vagamente, como mi padre era llevado al cuartelillo, un día sí y al otro también, incluso cuando el PCE había sido legalizado, por el simple hecho de tener ejemplares de Mundo Obrero en el bar familiar, o por colgar alguna que otra fotografía de Julian Grimau o Salvador Puig Antich. Y llegaba la pareja de la Guardia Civil, y se lo llevaban. A él, a los ejemplares de Mundo Obrero, y a cualquier panfleto u octavilla que circulara por allí. Así. Sin más... Y mi madre lloraba esperando que no tardara mucho en volver. Y se ponía el delantal para atender a los pocos clientes que no habían ahuyentado.
Recuerdo las reuniones clandestinas en mi casa, los viernes, que era el día que mi padre cerraba el bar. Y venían gentes de los pueblos de alrededor, y leían articulos de prensa, y hablaban en voz baja, y se expedían carnés del PCE, y se despedían hasta el próximo mes con puños en alto.
Y aún durante la transición, mi padre por una clara convicción política, vio como el negocio familiar se resentía. Eso de ser comunista en un pueblo de poco más de 1500 habitantes tenía su precio: durante no poco tiempo, la gente dejó de entrar en el bar. También el pueblo, con contadas excepciones, les daba la espalda. Seguía habiendo mucho miedo. Y mi madre y mi padre tenían que alimentar a sus seis hijos. Pero la convicción era aún más fuerte que la necesidad. Finalmente la convicción derrotó a la necesidad.
Lo que vino después con los años, los desencuentros y desencantos políticos no vienen ahora al caso, pero aquellos años, en los que yo comencé a corretear por las calles de mi pueblo, fueron años en los que el miedo del franquismo aún no había desaparecido. Y hubo héroes, como mi padre y como miles de hombres y mujeres por los pueblos perdidos de Andalucía, que hartos de represión y silencio, supieron dar un paso adelante y levantar la cabeza, cansados de andar mirando al suelo y con miedo.
Y supieron callar muchas de sus reivindicaciones, en favor del dichoso consenso. Entienderon que no era el momento de ahondar en las heridas de la dictadura, que eso ya vendría con la Democracia. Y aquí sí, se equivocaron.
España es el segundo país con más desaparecidos, solo superado por Camboya. El espíritu de consenso, reconciliación, fraternidad, que tanto resuenan estos días, y que los miles de represaliados durante cuarenta años también entendieron que debía ser así, siguen esperando una respuesta. Ni la Transición, ni los posteriores treinta años de gobiernos democráticos lo solucionaron.
Mientras aquellos ignorados por la Historia, que no ocupan portadas de periódicos, ni abren Telediarios, ni tendrán funerales de Estado, siguen esperando que algún día, llegue alguna Transición que repare, o al menos intente, todo el daño moral y material.
Por esto que cuento, y por miles de cosas más, mi madre y mi padre son MIS héroes de la Transición.
Mientras aquellos ignorados por la Historia, que no ocupan portadas de periódicos, ni abren Telediarios, ni tendrán funerales de Estado, siguen esperando que algún día, llegue alguna Transición que repare, o al menos intente, todo el daño moral y material.
Por esto que cuento, y por miles de cosas más, mi madre y mi padre son MIS héroes de la Transición.
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