24 mar 2014

El héroe de la Transición fue mi padre

A raíz de la  muerte de Adolfo Suárez, han sido cientos de titulares en los medios de comunicación que han querido, de una u otra manera, calificar la extraordinaria labor que este político desarrolló, en los últimos años del franquismo y los albores de la democracia contemporánea española: héroe, lider, el político con mayúsculas, el hombre de Estado, el máximo benefactor de la llegada y asentamiento de la democracia en España...

Las redes sociales lógicamente no han sido ajenas a este hecho, y en los últimos días, acorde a la "muerte en diferido" que anunció su hijo (sí, no se me ocurre otra nombre que este, al anunciar una muerte en las "próximas 48 horas"), han sido miles los tuits que han hablado sobre el tema.

Y ha sido uno de ellos el que me ha llevado a escribir esta entrada en el blog. Es el siguiente:


Y efectivamente, no puedo estar más de acuerdo con Alberto Garzón, que dicho sea de paso, me parece uno de los escasísimo, pero excelente ejemplo, de político de este país. 

A Adolfo Suárez se le pueden reconocer no pocos méritos, pero creo que su dimensión política se ha sobrevalorado, más aún con el paso del tiempo, y exageradamente, como suele ocurrir, una vez fallecido.

Hace ya unos años, en mi primer año de profesor en un instituto de Córdoba, un compañero me pidió que escribiese algo sobre Adolfo Suárez para la revista escolar que trimestralmente publicábamos. Eso me obligó a acercame un poco más a su figura, y recordar algunos datos y hechos de, no olvidemos, su breve vida política como Presidente del Gobierno de España. Releyendo ahora ese artículo, me doy cuenta de esa exaltación, casi institiva de su obra política y social, que el paso de los años me han hecho replantear.

Creo que hay otros héroes de la (mal llamada y peor acabada) transición. Luchar contra el franquismo desde el propio franquismo tiene su mérito: supo enfrentarse a las élites militares que desde el minuto cero pidieron su cabeza, y es digno de mención su pretensión política de aunar fuerzas con el resto de partidos políticos. La legalización del PCE es uno de sus grandes apuestas de este espíritu de reconciliación y búsqueda de la normalidad política. Y precisamente este hecho nunca se lo perdonarían los que, no conformes con cuarenta años de clandestinidad, querían seguir manteniendo a la mayor y más activa fuerza política antifranquista en el oscurantismo.

Pero estos acertados actos políticos no deben llevarnos a una visión idealizada de su gestión política. Como dije, Adolfo Suárez tiene su origen en el propio régimen: Gobernador Civil de Segovia, Director General de RTVE, Vicesecretario General del Movimiento, y ministro en el primer gobierno de Arias Navarro. Casi nada.

Los héroes de la Transición son otros: son aquellas personas que, desde el anonimato, y tras cuarenta años de dictadura, represión, tragar saliva, y agachar cabezas, entendieron que no era el momento de pedir explicaciones ni reparaciones, y en nombre de la reconciliación nacional dejaron de un lado sus lícitas explicaciones históricas para intentar ahondar, ahora sí, en una cultura democrática inexistente durante cuatro décadas.

Y aún así, y durante la Transición aún, tuvieron que seguir aguantando la represión post-franquista:  recuerdo vagamente, como mi padre era llevado al cuartelillo, un día sí y al otro también,  incluso cuando el PCE había sido legalizado, por el simple hecho de tener ejemplares de Mundo Obrero en el bar familiar, o por colgar alguna que otra fotografía de Julian Grimau o Salvador Puig Antich. Y llegaba la pareja de la Guardia Civil, y se lo llevaban. A él, a los ejemplares de Mundo Obrero, y a cualquier panfleto u octavilla que circulara por allí. Así. Sin más... Y mi madre lloraba esperando que no tardara mucho en volver. Y se ponía el delantal para atender a los pocos clientes que no habían ahuyentado.

Recuerdo las reuniones clandestinas en mi casa, los viernes, que era el día que mi padre cerraba el bar. Y venían gentes de los pueblos de alrededor, y leían articulos de prensa, y hablaban en voz baja, y se expedían carnés del PCE, y se despedían hasta el próximo mes con puños en alto. 

Y aún durante la transición,  mi padre por una clara convicción política, vio como el negocio familiar se resentía. Eso de ser comunista en un pueblo de poco más de 1500 habitantes tenía su precio: durante no poco tiempo, la gente dejó de entrar en el bar. También el pueblo, con contadas excepciones, les daba la espalda. Seguía habiendo mucho miedo. Y mi madre y mi padre tenían que alimentar a sus seis hijos. Pero la convicción era aún más fuerte que la necesidad. Finalmente la convicción derrotó a la necesidad.

Lo que vino después con los años, los desencuentros y desencantos políticos no vienen ahora al caso, pero aquellos años, en los que yo comencé a corretear por las calles de mi pueblo, fueron años en los que el miedo del franquismo aún no había desaparecido. Y hubo héroes, como mi padre y como miles de hombres y mujeres por los pueblos perdidos de Andalucía, que hartos de represión y silencio, supieron dar un paso adelante y levantar la cabeza, cansados de andar mirando al suelo y con miedo. 

Y supieron callar muchas de sus reivindicaciones, en favor del dichoso consenso. Entienderon que no era el momento de ahondar en las heridas de la dictadura, que eso ya vendría con la Democracia. Y aquí sí, se equivocaron.

España es el segundo país con más desaparecidos, solo superado por Camboya. El espíritu de consenso, reconciliación, fraternidad, que tanto resuenan estos días, y que los miles de represaliados durante cuarenta años también entendieron que debía ser así, siguen esperando una respuesta. Ni la Transición, ni los posteriores treinta años de gobiernos democráticos lo solucionaron.

Mientras aquellos ignorados por la Historia, que no ocupan portadas de periódicos, ni abren Telediarios, ni tendrán funerales de Estado, siguen esperando que algún día, llegue alguna Transición que repare, o al menos intente,  todo el daño moral y material.

Por esto que cuento, y por miles de cosas más, mi madre y mi padre son MIS héroes de la Transición.





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16 feb 2014

El desahucio en las aulas.

Me llega por correo electrónico esta carta del director del IES Rodrigo Caro, de Coria del Río. Por su interés la reproduzco aquí para darle la mayor difusión posible, y como manera de agradecer a este docente las brillantes palabras escritas. 

EL DESAHUCIO EN LAS AULAS. 
Por Elías Hacha, Director del IES Rodrigo Caro. Coria del Río (Sevilla) 

Lo supe esta mañana. Alumna nuestra. Me informó el Vicedirector, un hombre con aguda conciencia social. Echaba humo. Yo, muy en mi lugar, sin dejar de entender su indignación, lo llamé a la prudencia. Me escuchó, pero me dio fuerte. No niego que mi obligada y profesional moderación me tiene todavía con un sabor amargo en la garganta. 

Educación para la ciudadanía. Ética. Religión católica y otras. Educación permanente en valores desde la transversalidad. La palabra al servicio de la democracia, una formación más allá de la mera adquisición de conocimientos. La insistencia, el ejemplo, la laboriosa tarea de corregirlos sin descanso en la esperanza de que nuestra adolescencia desemboque en una juventud de mujeres y hombres hechos y derechos. Y de repente, como una puñalada a traición, como un tornado que tambalea todo lo construido día a día y año tras año a base de rigor y de mimo, un hecho de legal brutalidad que extiende su evidencia por aulas y pasillos en unas pocas horas y amenaza la consistencia de todo cuanto había sido laboriosamente plantado, regado, cultivado: desahucian a la familia de una alumna de 2º de ESO. Miembros de la comunidad escolar. Compañeros. 

¿Desahucian, maestro? ¿Qué es eso?
Los echan de su casa.

¿Y puede seguir ocurriendo? Puede que sí.

Pero, ¿por qué?
Por dinero. Por dinero... entiendo... pero, ¿y la policía?
Tiene que asegurar que se haga el desahucio.

Por dinero... entiendo... ¿y el alcalde?

No puede hacer nada.
Por dinero... entiendo..., ¿y los jueces?
Han tenido que ordenarlo.
Por dinero... entiendo..., ¿y nuestros representantes, los diputados, el gobierno, los que hacen las leyes?
Recomiendan que no se desahucie a la gente humilde. Lo recomiendan. Eso es todo.

Pero, ¿y los profesores?
¿Los profesores? ¿Qué podemos hacer los profesores...?

No, perdón, maestro, quería decir... ¿qué pasa con lo que nos han enseñado los profesores? Nos han mentido ustedes. Deberían habernos enseñado que el principal valor no es el amor, ni la honradez, ni la libertad, ni el saber escuchar, ni la solidaridad, ni ninguna de esos rollos que nos vienen contando... Deberían habernos dicho desde el principio que el más importante de los valores es el dinero. Si esa era la respuesta, la clave por la que se mueve toda esta sociedad de la que ustedes son funcionarios, ¿por qué nos han mentido desde el principio? ¿Por qué nos lo han ocultado? ¿No será que en realidad pretenden convertirnos en personas equivocadas y débiles, en presas fáciles? ¿Por qué nos han engañado, señores maestros?

No entiendo...
Llevo un cuarto de siglo enseñando en Institutos, inculcando la democracia, creyendo en la función pública como herramienta seria al servicio de la prosperidad y de la igualdad social. La mitad de ese tiempo, como director orgulloso de su equipo, de su claustro. Nunca antes había tenido la sensación de formar parte de una farsa. Esta es la única respuesta honrada que para ellos me queda. Lástima que quizás no sea sino otro rollo que les suelto. 

Y es que, ante ellos, a mí sólo me queda la palabra. No puedo incitarlos a una lucha que nos corresponde a los adultos y tampoco puedo, como profesor, responder con el silencio... ¡qué débil la palabra frente a la lección implacable de este hecho real y verdadero, ante este frío desahucio que ellos -todos ellos- contemplan con sus propios ojos! 

Me queda, y ni siquiera sé si es algo, apremiar -también con palabras- a esos por quienes ellos preguntaban: a los diputados, a los jueces, a los múltiples gobiernos de esta España que aún luce la denominación de democracia. ¿O se trata ya nada más que de una especie de "denominación de origen", de un recurso publicitario cara al mercado, de una máscara obligada... ¿por dinero?

Los miro, y me duelen. Son los niños de la crisis. Mírenlos conmigo, señores legisladores, señores de los múltiples gobiernos. Que no sean también los niños del desengaño. Ustedes, que sí pueden, respondan con hechos a este hecho. 

(Multipliquen por la red este mensaje. Tal vez llegue a alguien capaz que se atreva de verdad a mirar) 
Saludos.


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